Ana sonríe dormida. Pensaba en un posible título para dar sentido a las siguientes palabras pero ahora que he vuelto a escribir la frase y me dejo llevar por los mil caminos diferentes que podría trazar, decido que ahí termina la historia.
Ana podría ser cualquiera; mi abuela se llamaba Ana y por eso mi nombre no es como el de las demás, porque el mío viene de ella, y sólo por eso, es el nombre más bonito que he podido nombrar desde que nací: Ana. Anuncia el verano y huele a almendro; sabe a higos y a moras clavadas en cualquier paja encontrada al borde del camino. Suena a risa y a inocencia, a brisa fresca en las noches de verano, sentadas en la puerta hablando con los vecinos que también se fueron y están con Ana, con esa Ana, con mi Ana.
Empecé escribiendo esta historia sin saber cómo llenar el hueco blanco que me han prestado y ahora que ella impregna estas líneas siento que faltan espacios para hacerle justicia a su nombre.
Estoy sonriendo al recordarla. Ya hace casi cinco años que murió por dentro y nosotros tuvimos que quedarnos fuera, sin poder hacer nada más que quererla demasiado, tanto, que aun la quiero a mi lado.
Y es que Ana sonreía siempre, dormida o despierta. Y ahora entiendo por qué el título de esta entrada. Ella quería hacerme saber que sigue en mí, en mi nombre y en mi corazón. Hoy ha venido a verme. Y yo, Ana, sonrío despierta y voy a sonreír dormida porque hoy vuelvo a olerte, a sentirte y a recordarte.
Fuí feliz a tu lado, la más feliz del mundo y diste sentido a mi vida:
Quiero ser como tu.
Quiero ser como tu.