Me he emocionado. Es inevitable hacerlo cuando te tocan el corazón, cuando te dicen y describen cosas de ti misma que ni sabías que tenías o podías transmitir. Cuatro meses han bastado para sentirme ligada a unas personas que solo eran desconocidos dentro de cuerpos castigados por los años, dolores y alegrías. Detrás de esas arrugas y sonrisas melladas, de esos ojos pequeños y vidriosos hay tesoros tan insospechados que si pudieran transformarse en combustible el mundo viviría en constante lucha por conocer sus interiores, de cada uno de ellos y ellas. Es maravilloso poder saber al menos una parte, un ápice de ese camino tan avanzado que han conseguido trazar pese a las adversidades.
Son héroes y heroínas de sus vidas y seguramente modelos a seguir de sus hijos, nietos o sobrinos; vecinos, conocidos e incluso desconocidos que alguna vez aprendieron de ellos en algún cruce en la calle, en un supermercado o en el parque alguna tarde de verano.
Son la lucha personificada, la sabiduría con piernas, el amor sincero y el cariño tierno que solo los niños y ellos inspiran y entregan.
He aprendido a cuidarles desde el dejarme cuidar que no es más que el amor en su estado más puro y primitivo: querer lo mejor para el prójimo, facilitarle la existencia y buscarle la sonrisa a partir de la propia.
Todo se contagia y a mi me han contagiado la paciencia, el ir acorde al tiempo, el pensar bien las cosas y la importancia de un beso y un abrazo a tiempo. Apaciguar tormentas con una mirada, secar lágrimas invisibles con una caricia...
Feliz de la experiencia. Agradecida con mi suerte.
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